Carolina Arias Ortiz nació en 1987 en Costa Rica. Sus circunstancias familiares la llevaron a cruzar el charco bien temprano, con doce años. Se instala entonces en Bélgica, donde realiza estudios de Antropología, que completa más adelante con un máster de documental en la Escuela de Cine de Barcelona.
Tras unos años en Ecuador, vuelve a Costa Rica, donde trabaja como profesora e investigadora en la Universidad de Costa Rica. Cursa su doctorado y realiza su primer documental, Objetos rebeldes (2020), que ha tenido una importante circulación en festivales de todo el mundo (iDFA, Países Bajos; SIFF, EE.UU.; DOCSBarcelona, España; San Francisco DOCFes, EE. UU.; CRFIC, Costa Rica; Acampadoc, Panamá; BIWFF, Líbano, etc.), consiguiendo numerosos premios y menciones (Premio Nacional Artes Audiovisuales, Mejor Producción, Costa Rica; Premio Mejor Largometraje, Festival Internacional Biobio, Chile; Mejor película y Mejor diseño sonoro, Acampadoc; Mención especial del jurado, Festival Viña del Mar, Chile, etc.).
No es este, sin embargo, su primer filme. Su trabajo para el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en Ecuador y con la fundación Tierra Sembrada, entre otros, se concretó en proyectos cinematográficos con las organizaciones y comunidades con las que trabajaba. En 2017 crea su compañía productora, Mito Producciones, con la que coproduce el cortometraje I’X (Mujer montaña) (2019).
Instalada en Costa Rica, en 2022 realiza una estancia de investigación en la Universidad Carlos III de Madrid. Tuve el placer de conocerla entonces, cuando compartimos sesión en el congreso organizado por Elena Oroz y Ana Mejón en la Universidad Carlos III: “Mujeres y cine en Iberoamérica: políticas, representaciones, historias, interseccionalidades” (21-23 de septiembre).
Había visto Objetos rebeldes y lamenté en aquella ocasión que el ritmo que supone un congreso recién comenzado el semestre no me diera la oportunidad de entrevistarla, como me hubiera gustado. Conversamos meses después, por videoconferencia, en una mañana soleada para Carolina y una tarde gris y helada para mí.
Entrevista realizada por Marta Álvarez (Université de Franche-Comté), enero 2023.
Fotografía: archivo personal de Carolina Arias.
Marta Álvarez (MA): ¿Cómo llegaste a hacer cine? ¿Cuándo y cómo entendiste que querías y podías realizar una película?
Carolina Arias Ortiz (CAO): No sé si el cine me vino por la parte de la literatura, por mi mamá, por imágenes mentales. Mi familia no era cinéfila, pero la literatura estaba muy presente. Mi madre estudió literatura latinoamericana y en mi casa siempre ha habido muchos libros. Todavía hoy hay una biblioteca bien llena. Fue aquí donde encontré el libro de Sartre, La náusea, que aparece en Objetos rebeldes.
Mi padre también estaba rodeado de libros; era médico, pero le interesaban mucho la historia y la mitología. Además, siempre había mucha gente en la casa, muchos intelectuales de izquierda, poetas, exiliados, bailarines… La música era también muy importante. Creo que la unión de ese montón de artes ha tenido mucho que ver con el dedicarme al cine. No escribo literatura, pero sí uso mucho la escritura y la lectura en mis procesos de creación.
Pero, en realidad, entré en el cine por la antropología. Al iniciar los estudios, se avivó en mí la observación participante, el estar conectada a nivel sensorial con el entorno. Luego, además, había que hacer un texto y entendí que se podía ir más allá. Tenía la referencia de los primeros antropólogos, que utilizaron mucho las cámaras, que acababan de inventarse. Era una referencia colonial, pero despertó mi interés por la antropología visual.
En la Complutense, durante el Erasmus, había un curso de método de investigación con el audiovisual y pude así tomar contacto con la técnica. Al terminar la maestría de antropología pensé en hacer algo de cine, pero no era fácil. Había muchos factores que tomar en cuenta: no podía financiarme los estudios, y sin estudios, tenía que irme del país. Era una latinoamericana en un país europeo. Empecé a buscar formaciones que fueran menos costosas y así llegué a España, a estudiar cine en la ECIB (Escuela de Cine de Barcelona).
MA: En ese sentido, ¿qué te aportaron tus estudios sobre documental?
CAO: Esa formación me conectó de verdad con el cine, me permitió ver muchas películas, muchas de ellas documentales, y fue una sorpresa. No pensaba que el lenguaje documental fuera tan diverso. Pero lo decisivo fueron las experiencias: éramos un grupo pequeño y teníamos la inquietud de grabar, de hacer cosas. Salíamos mucho con las cámaras. Coincidió con un año muy movido en la ciudad. Vino el Papa, se ocuparon las plazas con protestas por la crisis y fuimos a grabarlo. Empecé además un pequeño proyecto con los pescadores, que salía a grabar muy temprano, de madrugada, llevando a la práctica lo que había aprendido en antropología.
«Cine y antropología están muy ligados, hay algo muy orgánico que une los dos universos»
MA: Se te presenta habitualmente como cineasta y antropóloga. Estás, por otro lado, estudiando ahora mismo tu doctorado: realizas un cine autobiográfico e investigas sobre cine autobiográfico, ¿cómo combinas estas facetas?
CAO: Es cierto que puede parecer que hay algo esquizofrénico, pero no es así, porque cine y antropología están muy ligados, hay algo muy orgánico que une los dos universos. Yo nunca dije quiero hacer cine, se me presentó como un lenguaje que superpone elementos muy diferentes. Cuando estudiaba antropología, me cuestionaba sobre la presencia del antropólogo, que viene a ser la del autor en el texto.
Entendía la importancia de evidenciar desde dónde contamos. Por eso mi tesis de maestría me decidí a escribirla desde el yo, en primera persona, me parecía lo más lógico, porque todo lo que pasó durante el estudio de campo estaba relacionado con el hecho de que yo estuviera ahí: me había ido a una comunidad indígena, para estudiar un proyecto de turismo ecológico que estaban apenas armando. Me fui a vivir allí unos meses y establecí una relación muy estrecha con la matrona de la comunidad, que estaba en contra del proyecto. Eso lo complicaba todo, porque yo también tenía que posicionarme, pero fue también lo interesante de la experiencia.
«Hago un cine con diversas capas que atraviesan mis narrativas, y eso tiene mucho que ver con la movilidad»
MA: Sin duda, tu trabajo está también muy condicionado por tu nomadismo, ¿no? Eres costarricense, has vivido muchos años en Europa, has vuelto a América Latina para vivir en otros países, antes de instalarte de nuevo en Costa Rica. ¿De qué manera ha ido condicionando esta movilidad tu mirada?
CAO: Ya con la edad tengo que aceptar que va a ser así siempre. Alguien que se mueve joven ve la posibilidad de la movilidad más fácil. Objetos rebeldes me ayudó a entenderme, a aceptar cierta parte de mí, porque, como los objetos que aparecen en el filme, yo también era como una vasija con un montón de pedazos. No sé si decir que hago un cine con diversas capas que atraviesan mis narrativas, y eso tiene mucho que ver con la movilidad. En el presente, sí me establezco acá, en Costa Rica, pero siempre voy a estar moviéndome.

Fotograma de Objetos rebeldes
MA: Tu documental Objetos rebeldes resulta coherente con la diversidad de tu recorrido, al vincular historias y motivos cuya relación no es en absoluto inmediata. Tu encuentro con una arqueóloga, Ifigenia Quintanilla Jiménez, y tu historia familiar, ¿cómo surgió la idea del filme y de qué manera fuiste uniendo esos elementos?
CAO: Me decían en un taller de guion, muy al inicio de la película, que cuando una empieza un filme el corazón que va a latir en él ya está ahí, pero no siempre es evidente. De manera que lo que a veces crees que va a ser la película, no tiene mucho que ver con lo que termina siendo. Eso fue lo que me sucedió con Objetos rebeldes. Al principio la película era sobre la arqueóloga, y también estaba la metáfora de la fisura, lo que yo veía en esos objetos arqueológicos. Creo que en mi inconsciente ya me estaba viendo a mí misma, y es que no me puedo desligar de lo que estoy viviendo y lo que estoy trabajando de forma artística.
En ese momento estaba volviendo a Costa Rica y a mi padre le detectaron un cáncer, pero no había pensado en meter esto en la peli, lo veía como otra cosa. Mi interés era sobre todo entender el país, me impactaban su historia, la cuestión de la memoria histórica, pero iba a tratar eso de una manera más fría. Pasó el tiempo y llegó el rodaje en un año muy convulso personalmente. Logramos el dinero para el proyecto, había que ocuparse de muchas cosas técnicas, y también estaba el ser mujer en ese medio, el que fuera mi primera película, que hubiera que ir a filmar con guion; porque te lo piden, porque sin él nadie confía en el proyecto, aunque sabes bien que en un documental todo es incertidumbre, y que tienes que contrastarla con la realidad con la que una trabaja. Ya ves, son muchas capas.
Cuando lo logramos y parece que todo está en marcha, mi padre se pone muy mal, estoy mucho en hospitales y pensamos en posponer el rodaje, porque yo era la cuidadora, pero me decía, “no, necesito filmar esto”. Además, me hacían bien el vínculo emocional y las conexiones que se hacían en mi cabeza entre la película y lo que me estaba pasando personalmente. Ahí no tenía todavía el documental la carga autobiográfica. Filmamos gran parte del material y mi padre fallece. El duelo fue muy fuerte, llevó un tiempo, cambió las cosas, y cuando nos ponemos a editar las imágenes ya grabadas, me pongo a reescribir. El duelo de mi padre ya está más elaborado cuando lo hago, me salen la voz en off y cosas que en algún momento parecían alejadas y que ahora se conectan fácilmente. Fue de verdad un proceso largo y complejo.
«Es dura la exposición, me resultó difícil cuando lo vi por primera vez en un cine, pero sentí también ese algo muy poderoso, sobre todo cuando vi que era la historia de mucha gente»
MA: Tu película podría adscribirse a varias de las tendencias del documental más contemporáneo: es cine-ensayo, de archivo, autobiográfico. ¿Cómo llegas a ese tipo de expresión? ¿Hay películas y cineastas que te hayan llevado hacia ese camino?
CAO: Nunca me dije quiero hacer una película ensayo, pero el tema del archivo siempre me ha llamado la atención, siempre me ha tocado, desde que me hicieron la archivista de la familia. Es verdad que en mi casa hay mucho archivo visual y audiovisual, lo siento como algo muy cercano. Luego, me puse a explorar en la tesis y descubrí un lenguaje muy poderoso. Es dura la exposición, me resultó difícil cuando lo vi por primera vez en un cine, pero sentí también ese algo muy poderoso, sobre todo cuando vi que era la historia de mucha gente.
En cuanto a las referencias, Chantal Akerman fue una importante, la película que hizo con su madre [No Home Movie, 2015]. Entendí que se puede hacer una peli muy simple y profunda a la vez, simplemente hablando, con esas conversaciones que me recordaban tanto a las mías con mi madre. Me gusta mucho también Jori Ivens, veo también en sus películas algo parecido, simple y directo: vemos el viento, la lluvia, su cámara te hace sentir el tacto de los niños [Regen, 1929; Das Lied der Ströme, 1954; Le petit chapiteau, 1963, etc.]. Les statues meurent aussi (Chris Marker, Alain Resnais, 1953) es también un filme importante para mí.
MA: En cuanto al carácter autobiográfico, como espectadora, tu “yo” es de esos que nos invitan a pensar un “nosotrxs”. ¿Es algo que formaba parte de tu proyecto?
CAO: Solo tomé verdadera consciencia de todo eso después. Hubo una versión que trabajé con Marcela Zamora en un taller de guion en la que yo estaba ahí, pero luego lo abandoné, me preguntaba a quién le iba a importar lo de mi papá. Ahora me doy cuenta de que algunas de las secuencias que habíamos planeado en ese momento sí que están en la versión final.
Creo que tenía también muchos miedos que no me permitieron ir por ese camino desde el comienzo, miedos míos. Pero también, entre ellos, el de a quién le iba importar esa historia personal. Eso sí, siempre fui consciente de que venía de un lugar muy honesto, confiaba en el lugar desde donde estaba narrando. En las proyecciones, fue muy bonito lo que me decía el público, cómo se identificaban con lo que veían en la película, el duelo, las relaciones con el país de retorno… Fue algo muy poderoso.
«Mi proceso migratorio me hizo tomar conciencia desde los clichés hasta cosas más complejas»
MA: En ese sentido, llamas también la atención sobre la colonización de Costa Rica, de América Latina, en suma. ¿De qué manera te planteas hoy esa cuestión? Me interesa particularmente tu respuesta por tratar sobre uno de los países a los que a menudo se tilda de “más europeos” en el continente americano.
CAO: Cuando llegué a Bélgica, me marcó el ser el otro, ver ciertas dinámicas. En la universidad me vinculé con otra gente de América Latina y de África. Compartíamos una historia común y nos metimos a cuestionar la colonización, con la que nace la antropología, como te decía antes. Mi proceso migratorio me hizo tomar conciencia desde los clichés hasta cosas más complejas. Siempre es algo que me atravesó y me interesaba plantearlo en el filme a través de las esferas, a través de esos objetos arqueológicos.
Hay ahí una inquietud mía, también por la manera en que estudié en la escuela la historia de Costa Rica, que parece que empieza con la colonización. Tuvimos que reinventar cosas típicas porque dejamos que las nuestras desaparecieran. Mira lo que pasó con las lenguas indígenas, teníamos ocho y quedan tres; hubo un proceso de borrado de la historia indígena y sigue hoy, todavía hay asesinatos de líderes indígenas e imposición de otras identidades.
MA: Tu película es una coproducción y los integrantes del equipo vienen de varios países latinoamericanos, ¿puedes comentarnos un poco lo que esto supuso para el filme?
CAO: Viví en Ecuador casi cuatro años y allí me relacioné mucho con artistas. Una amiga música y cantante [Grecia Albán Campaña] hizo la música de la peli. En la parte de desarrollo tuvimos un fondo Campus latino y ahí conocimos [ella y la otra productora, Alexandra Latishev Salazar] a la productora colombiana [María Neyla Santamaría Bernal], con un proyecto en el taller y luego ella nos contactó para postular a Ibermedia. Eso fue esencial para la película, teníamos ya un fondo nacional, pero, aunque está muy bien que exista un fondo así en Costa Rica, hay que reconocer que es pequeño, no hubiéramos podido hacer los mismos gastos, en postproducción, por ejemplo, que es muy cara.
En Colombia hay buenos estudios de postproducción de sonido y, en ese sentido, la coproducción estuvo muy bien. También vino bien para la distribución, y eso fue muy importante, porque la estrenamos en pandemia; pese a eso, conseguimos llegar a otros públicos, que supieron ver la historia común que había en el filme, cómo hacía eco a cuestiones suyas.
MA: Has estado también implicada en proyectos cinematográficos con comunidades indígenas. ¿Sigues involucrada en proyectos de este tipo? ¿En qué consistió o consiste tu trabajo y cómo se llevó o se lleva a cabo en el seno de la comunidad?
CAO: Ese es un tema muy complejo, por las dinámicas de poder que se crean entre muchas organizaciones y las comunidades. Empecé trabajando en Ecuador, en proyectos de desarrollo de la ONU, siempre con temas de mujeres, lo que hace en ese momento que yo me sienta más cómoda, la conexión es distinta. Entrevisté a mujeres que participaban en temas políticos locales para hacer cinco o seis cortos en diferentes países. Y pude darme cuenta de la posición compleja de instituciones de ese tipo en el territorio.
Después empecé a trabajar en Ecuador en otra zona indígena, con un amigo agrónomo, con una organización más de base, sobre el acceso de la población al agua. La comunidad tenía la necesidad de ese proyecto. Es importante no llegar e imponerse, sino que el trabajo que hacemos responda a sus necesidades. Es verdad que ahora cambió un poco el paradigma. Ya va más en general en ese sentido, pero hace más de diez años eran proyectos de desarrollo que eran mucho un arma de doble filo.
Ahora estoy en un proyecto de investigación con otro antropólogo, en una población indígena. Él es lingüista, busca apoyar a las escuelas en el territorio, para reforzar las lenguas, reactivar el uso cotidiano del idioma. Es en Boruca. Hacemos talleres y registramos todo para un documental. El proyecto viene también de la comunidad, de la inquietud por lo que están haciendo, y el material les pertenece tanto a ellxs como a la universidad. Es importante en este tipo de proyectos tener un protocolo ético.
MA: Y ya para terminar, claro, tengo que preguntarte por tus proyectos más inmediatos…
CAO: Por ahora me veo en Costa Rica, y estoy con un proyecto de documental. Esta vez me fui por lo autobiográfico de entrada, es una búsqueda en torno a mi abuelo materno, que era médico y poeta. Fue alguien muy importante en Costa Rica, le dieron premios nacionales, lo recuerdan por lo que hizo en salud pública.
El modelo de salud es aquí sólido, comparado con otros países de la región. Y él contribuyó a ello, con su proyecto Hospital sin paredes. Cambió la vida a mucha gente aquí y se dio a conocer fuera; Fidel Castro lo invitó, interesado por el proyecto.
Él pensaba que los médicos y las enfermeras tenían que salir del hospital, hacer prevención. Y que la salud era algo muy amplio: un mago acompañaba al médico; la medicina llegaba con magia, arte… era un equipo muy místico.
Pero mi abuelo era también un hombre muy machista, ausente de la familia, muy mujeriego. Me recuerda un dicho de aquí: “ser candil en la calle y oscuridad en su casa”.
Es una figura muy oscura, pero muy de su época. Creo que me permite explorar esa masculinidad de la izquierda de los 70, muy fuerte, presente en los movimientos de campesinos sin tierra. Estoy todavía en la fase de escritura, trabajando con los testimonios de las enfermeras, que lo recuerdan mucho.
Es verdad que era un personaje impresionante, de dos metros, con un gran ego. Recuerdo que me declamaba poesía todo el tiempo. La nueva peli lleva como título una frase de sus poemas, que dice «Como llama encendida en noche obscura». ¿Ves? Volvemos a las fronteras entre espacios, disciplinas… Eso me lleva a un poema de Gloria Anzaldúa, que es muy importante para mí, a sus versos finales: “Para sobrevivir en la Frontera / debes vivir sin fronteras / ser un cruce de caminos”.
MA: Y ya solo le agradecimos a Carolina su atención y sus palabras, deseándole todo lo mejor para ese nuevo proyecto, que esperamos reseñar cuando pase todo el tiempo que precise para esos procesos de maduración tan necesarios.
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